justin adkins
Esta noche, mientras conducía de vuelta a casa del gimnasio, iba
reflexionando sobre lo feliz que soy ahora mismo... en este preciso
instante. Nunca me hubiera podido imaginar que mi vida sería así. Ni en
mis sueños más descabellados me hubiera podido imaginar hasta dónde he
llegado hoy.
Esta noche, mientras volvía a casa de entrenar, en mi furgoneta,
escuchando una recopilación de canciones de musicales de Broadway, me
regocijaba en la sensación de tranquilidad que sentía tras años de
lucha. Me regocijaba porque me habían visto como realmente soy.
No escondo mi transexualidad, ni tan siquiera en sueños. Pero, esta
noche, me sentía en paz siendo quien soy. Esta noche, he ido a entrenar
Artes Marciales Mixtas (MMA, por su sigla en inglés) y he boxeado y
luchado con hombres cisgéneros y ninguno tenía ni idea de que nací
mujer. No estoy intentando esconderme, simplemente no veo ningún motivo
para sacar el tema de mi transexualidad con este grupo.
Tengo la suerte de tener varios trabajos. Trabajo en una pequeña
escuela de artes liberales de Nueva Inglaterra donde, entre otras cosas,
coordino la programación centrándome en cuestiones de género,
sexualidad y activismo. También soy diseñador/desarrollador de páginas
web. Básicamente, esto quiere decir que paso largos días reuniéndome con
estudiantes, profesores y personal intentando hacer de la escuela un
sitio incluso mejor de lo que es, y apoyando a sus estudiantes. Y,
después, me paso las noches picando código y diseñando para pequeñas
empresas de la zona.
Soy una persona de ideas, autodidacta, así que me paso mi tiempo
libre haciendo labores de jardinería, criando pollos, fabricando (y
bebiendo) cerveza, y dando vueltas con mi moto. Mi vida es muy completa y
donde quiera que vaya en mi pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, la
gente sabe que soy transexual. Con una rápida búsqueda en Google sabrás
más sobre mí de lo que la mayoría de la gente sabe sobre sus compañeros
de trabajo y amigos. Sin embargo, en el gimnasio, solo soy un chico más.
Eso es lo único que he querido toda mi vida.
El otro día estuve hablando sobre esto con una buena amiga y tenía la
analogía perfecta. Es como ser padre y salir una noche con los amigos o
con tu pareja... ¡sin los niños! Una noche en la que están prohibidas
las conversaciones sobre los niños o sobre cualquiera de sus
actividades. Una noche sin niños que te pidan ayuda con los deberes o
que les prepares la cena. No es que estés ocultando el hecho de que
tienes hijos, no es que desees no haberlos tenido nunca, simplemente es
un alivio poder disfrutar de una noche de adultos. Para mí, eso son mis noches de entrenamiento.
Desde que empecé el proceso de transición hace siete años, a diario,
cuando me miro en el espejo, me veo a mí mismo. La persona que veo no es
simplemente un hombre, es un hombre seguro de sí mismo, un hombre
feliz, un hombre que soy yo.
Por fin entiendo a las personas como la luchadora profesional de MMA, Fallon Fox. Esta semana, en una entrevista en la revista Outsports
comentó: "Estos últimos seis años, la gente me ha visto como una mujer,
no como un transexual. Las personas del gimnasio, los compañeros con
los que entreno, han sido fantásticos, han sido increíbles. Para ellos,
solo soy una mujer".
En mi caso, cuando hice la transición tomé la decisión de hacerlo
públicamente, y durante mucho tiempo no entendí lo que personas como
Fallon Fox querían decir cuando describían la paz que sentían cuando la
gente no sabía que eran transexuales. Esta noche, por fin, lo he
entendido.
Llegar
hasta aquí no ha sido nada fácil. Soy un friki informático y en el
colegio hacía todo lo posible para librarme de la clase de gimnasia. No
corro, ni juego al fútbol, y no soy especialmente fuerte. Salir como un chico más
me ha enseñado que muchos hombres no son especialmente fuertes, ni
encajan, ni corren, y son frikis. Hay hombres de todo tipo. Los hay que
tienen inseguridades y les preocupa que no se les perciba lo
suficientemente masculinos. La barba no es lo que me convierte en un
hombre, y la vagina no hace que sea menos hombre. El género está en
nuestras cabezas. Lo que ocurre es que el mundo exterior rompe nuestro
esquema interior. La diferencia se encuentra más en mi cabeza que en
ningún cambio físico.
No todos los transexuales tienen el privilegio del que gozo yo de
poder presentarme físicamente ante el mundo con mi verdadero género. Ese
privilegio es parecido al del padre que mencioné antes, el padre que
dispone de dinero para contratar a una niñera y salir con los amigos.
Pero lo que todos los transexuales con los que hablo mencionan, pasen o
no físicamente como alguien del sexo al que realmente pertenecen, es que
se sienten más cómodos con sus cuerpos. Pequeños detalles pueden
aportar esa sensación de paz. Como la primera vez que la gente empezó a
llamarme Justin, en vez de por mi nombre de nacimiento, o cuando se
referían a mí con él en vez de ella. Esos detalles hacían que me sintiera más yo mismo, aunque mi aspecto físico me traicionara.
El hecho de que estoy más seguro de mí mismo es lo que me ha dado la
confianza necesaria para empezar a ir al gimnasio y entrenar MMA. Ahora
mismo soy un pésimo luchador. Pero sé que si sigo entrenando y me centro
en ello, podré subirme al rin y, como Fallon Fox, sobrevivir, ¡e
incluso ganar!
Esta noche he encontrado la paz al recorrer un largo viaje hacia el
autodescubrimiento. Esta noche, la paz estaba en escuchar la música que
me gusta y someter a mi cuerpo a experiencias que para mí eran
inimaginables. Esta noche se trataba de ser yo mismo.
Un día en la vida gay es una serie de blogs que narra las luchas, las alegrías, los triunfos y las derrotas, las esperanzas y los deseos de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales que viven en uno de los seis países que tienen ediciones nacionales del HuffPost (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, España e Italia). Cada semana, un bloguero distinto de uno de estos países cuenta su historia personal y su punto de vista sobre cómo es la vida donde reside.