domingo, 21 de octubre de 2007

Alejandro Magno

Alejandro no sólo era famoso por sus hazañas militares o por su crudeza en la batalla, a menudo atemperada por su magnanimidad para con los vencidos, sino también por su devoción hacia sus amigos y compañeros y también por el amor que compartía casi exclusivamente con varones de su clase, desde la más tierna infancia. Nacido en agosto del 356 a. C, era el producto por excelencia de una cultura guerrera patriarcal, un auténtico parangón de un mundo dominado por varones, regido por valores masculinos y por una estética masculina. Su tutor, desde los siete años de edad, fue el filósofo Aristóteles, quien trató tanto los excesos como las virtudes de la pederastia. Alejandro personificaría todos estos valores durante el resto de su breve pero tumultuosa vida, llegando incluso a sobrepasar ciertos límites al vivir su gran romance con un hombre de su misma edad, su amigo de la infancia Hefestión. Lo que hoy puede resultarnos normal, el amor de un hombre por otro, era contemplado en la Antigüedad como una amenaza a la estructura social, en la que el hombre debía emparejarse con un par de adolescentes para educarlos y prepararlos para la vida adulta, atados cortos gracias al poder del amor erótico. Con seguridad, Alejandro tuvo también sus amores jóvenes, pedagógicos o no, aunque no por ello fuese insensible a los deseos que le inspiraron mujeres hermosas: Se casó con Roxana, princesa persa, hija de Oxiartes de Bactria, con quien tuvo un hijo. Posteriormente, tal y como nos cuenta el historiador griego Arriano, Alejandro, mientras estaba en Susa (Persia) No está claro si estos matrimonios fueron políticos, por amor o por ambos motivos.El otro gran amor de la vida de Alejandro fue el eunuco Bagoas. Se conocieron cuando Alejandro estaba de campaña contra el rey Darío de los persas. Nabarzanes marchó a jurar fidelidad a Alejandro y ofrecerle ricos presentes; entre ellos, el hermoso muchacho que, dice la leyenda, pasó de ser el amante de un rey a ser el amante de otro. El carácter del joven corría parejas con su hermoso aspecto, por lo que la amistad surgió entre él y el rey guerrero, una amistad que había de ser para toda la vida. Este nuevo amor no afectó en modo alguno la profunda devoción que le ataba a Hefestión, que sólo concluyó con la muerte de este durante las fiestas veraniegas de Ectabana, en Persia, mientras volvían desde la India hacia su tierra natal. Alejandro, que hasta entonces había resistido sin inmutarse privaciones y heridas que habrían derribado a hombres más débiles, se sintió destrozado por esta pérdida. Se dice que yació sobre el cuerpo de Hefestión un día y una noche, hasta que finalmente hubo de ser separado del mismo por sus amigos. Durante tres días más, permaneció mudo, llorando, sin probar bocado. Y cuando por fin se levantó fue para raparse el pelo y ordenar que se retirasen todos los adornos de la ciudad de las paredes. Finalmente, prohibió cualquier música en la ciudad y ordenó que todas las ciudades del imperio realizasen funerales. El cuerpo de Hefestión fue embalsamado y transportado a Babilonia para proceder a su quemado en una pira funeraria. Poco podía imaginarse Alejandro que la misma Babilonia sería su última etapa. Se vio obligado a permanecer allí durante los tórridos meses del verano, con sus plagas de mosquitos, y allí enfermó y murió rápidamente. Por nuestras cuentas, en el año 323 a. C., Alejandro Magno contaba 33 años de edad.

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