jueves, 18 de octubre de 2007

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ


Yo, pues, mi adorada Filis,
que tu deidad reverencio,
que tu desdén idolatro
y que tu rigor venero:
bien así, como la simple
amante que, en tornos ciegos,
es despojo de la llama
por tocar el lucimiento;
como el niño que, inocente,
aplica incauto los dedos
a la cuchilla, engañado
del resplandor del acero,
y herida la tierna mano,
aun sin conocer el yerro,
más que el dolor de la herida
siente apartarse del reo;
cual la enamorada Clicie
que, al rubio amante siguiendo
siendo padre de las luces,
quiere enseñarle ardimientos;
como a lo cóncavo el aire,
como a la materia el fuego,
como a su centro las peñas,
como a su fin los intentos;
bien como todas las cosas
naturales, que el deseo
de conservarse, las une
amante en lazos estrechos.
Pero ¿para qué cansarse?
Como a ti, Filis, te quiero;
que en lo que mereces, este
es solo encarecimiento.
Ser mujer, ni estar ausente,
no es de amarse impedimento;
pues sabes tú que las almas
distancia ignoran y sexo.

(SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ (S. XVII), «Poema a la Virreina», fragmento. Obras selectas, Madrid, 1976, p. 403).

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